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LILA Y EL DRAGÓN

Érase una vez, en un reino muy lejano, una princesa llamada Lila. Lila era muy hermosa y bondadosa, pero tenía un problema: no veía bien de lejos. Sus padres, el rey y la reina, le habían regalado unos lentes especiales que le ayudarían a mejorar su vista, pero Lila los odiaba. Decía que le hacían ver fea y que le molestaban en la nariz. Así que los guardaba en un cajón y se negaba a usarlos.

Un día, el reino fue atacado por un dragón terrible que escupía fuego y humo. El dragón se posó sobre el castillo y empezó a rugir y a amenazar con destruirlo todo. El rey y la reina salieron al balcón para enfrentarse al dragón y tratar de calmarlo. Lila también quiso salir, pero no podía ver nada. Todo le parecía borroso y confuso. No podía distinguir al dragón, ni a sus padres, ni a los soldados que intentaban defender el castillo.

- ¿Qué pasa? ¿Qué es ese ruido? - preguntó Lila, asustada.

- Es un dragón, hija. Un dragón muy furioso que quiere quemar nuestro reino - le explicó su madre.

- ¿Un dragón? ¿Dónde está? ¿Cómo es? - insistió Lila.

- Está justo enfrente de nosotros, Lila. Es enorme, de color rojo y negro, con escamas brillantes y garras afiladas. Tiene unos ojos amarillos que lanzan chispas y una cola que azota el aire - le describió su padre.

- No lo veo, papá. No lo veo - repitió Lila, frustrada.

- ¿Cómo que no lo ves, Lila? ¿Acaso no estás usando tus lentes? - le preguntó su madre.

- No, mamá. No me gustan mis lentes. Me hacen ver fea - se quejó Lila.

- Lila, esto no es momento de vanidades. Tus lentes son muy importantes para tu salud y tu seguridad. Sin ellos, no puedes ver el mundo como es. No puedes ver el peligro que nos acecha, ni la belleza que nos rodea. No puedes ver el amor que te tenemos, ni el valor que tienes. Tus lentes son una bendición, Lila, no una maldición - le dijo su padre.

- ¿De verdad, papá? ¿De verdad mis lentes son una bendición? - preguntó Lila, dudando.

- Sí, Lila. De verdad. Tus lentes son un regalo que te permite ver más allá de los muros de tu castillo. Te permiten ver la realidad, Lila, y la realidad es maravillosa - le aseguró su padre.

- Entonces, ¿me los pongo? - preguntó Lila, decidida.

- Sí, Lila. Póntelos. Y verás lo que te digo - le animó su padre.

Lila corrió a su habitación y buscó sus lentes en el cajón. Se los puso con cuidado y volvió al balcón. Al instante, todo cambió. Lila pudo ver al dragón con claridad, y se dio cuenta de que no era tan terrible como parecía. Era un dragón joven, asustado y herido, que solo buscaba un lugar donde refugiarse. Lila pudo ver a sus padres, que le sonreían con orgullo y ternura. Lila pudo ver a los soldados, que se detuvieron al ver su gesto de compasión. Lila pudo ver el reino, que se extendía bajo el cielo azul, lleno de vida y de esperanza.

Lila sintió una emoción nueva y poderosa. Sintió que podía hacer algo bueno por el dragón, por su familia y por su pueblo. Sintió que podía cambiar el destino de todos con una sola palabra.

- ¡Amigo! - gritó Lila, dirigiéndose al dragón.

El dragón se sorprendió al oír la voz de Lila. Miró a la princesa con curiosidad y vio en sus ojos un brillo de bondad y de valentía. El dragón dejó de rugir y de escupir fuego. Se acercó al balcón y se inclinó ante Lila, reconociendo su autoridad y su amistad.

Lila se acercó al dragón y le acarició el hocico. Le habló con dulzura y le pidió perdón por el daño que le habían hecho. Le ofreció su ayuda y su protección. Le invitó a quedarse en el castillo, como un huésped de honor.

El dragón aceptó la oferta de Lila y se convirtió en su amigo fiel. Juntos, Lila y el dragón, recorrieron el reino y lo llenaron de paz y de alegría. Juntos, Lila y el dragón, demostraron que el amor y la comprensión son más fuertes que el odio y la violencia. Juntos, Lila y el dragón, vivieron felices para siempre.

Y Lila nunca más se quitó sus lentes.


 
 
 

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